Portada

Portada

lunes, 24 de julio de 2017

Prefacio : Recuérdame

Nueva York. 
National September 11 Memorial & Museum. 
11 de septiembre de 2011.

«Yo debí morir, no él». «Yo debí morir, no él» Era lo que mi mente repetía durante los últimos diez años. Aún podía cerrar los ojos y verlo frente a mí, sonriendo mientras me observaba con los ojos rebosantes de amor; lo sentía acariciando mi rostro como si nada hubiese sucedido, como si todo fuese una pesadilla. Él había sido mi todo, mi luz, mi sostén, mi vida entera… Mientras observaba a las familias acongojadas e intentaba mantenerme fuerte, no pude evitar evocar una de las pocas cosas que me quedaban de él… Mis recuerdos, sobre todo ese día, cuando nos vimos por primera vez.


 *** 

Torre Norte, World Trade Center Noviembre de 1998
  —¡Espera! —gritaron, colocando el pie justo antes de que el elevador se cerrara—. ¡Ups!, casi que no lo alcanzo. —Sonrió, mirándome detenidamente—. Soy Evan Coopers. —Extendió su mano—. Soy el mensajero de Shields Holding, piso noventa y cinco.
 —Alexandra… Jones. —Mi rostro se tiñó del color de la grana—. Trabajo en On The World.
 —¿El restaurante? —Asentí y él sonrió, mostrándome unos dientes blancos y parejos. 
—Sí. —Bajé la mirada a mis pies, no era buena hablando con nadie. Desde que decidí luchar por mis sueños, había sido una persona solitaria. 
Por unos momentos, el elevador quedó en silencio mientras ascendíamos. Lo sentí respirar mientras estiraba los brazos. 
—Mi jefe va a matarme si vuelvo a llegar tarde, pero es culpa de la universidad. —Lo miré interrogante—. Estudio Economía en la NYU, pero es una carrera complicada, consume casi todo mi tiempo, lo único bueno es que en un par de semestres acabaré la carrera y no le veré nunca más la cara de uva rancia a ese tipejo. —Él arrugó todo su rostro, haciéndome reír, justo en el momento que llegábamos a su piso. 
—Sonríe, nunca escondas tu carita. Eres muy bella, señorita Alexandra... —dijo antes de salir—. ¡Espero verte otra vez! —gritó antes que las puertas se cerraran. No pude dejar de pensar en él en todo el día, su cabello negro, sus ojos azules y su sonrisa.

 ***

 —¿Podemos escoger las flores, mami? —preguntó Maia, haciendo que saliera de mi estupor. Acaricié la carita de mi niña y asentí—. Ian quiere llevar lirios y yo no me olvides, ¿podemos tomar de las dos? —Sonreí, a pesar de que mi corazón lloraba, busqué en mi bolso el dinero para que comprara las flores. Mi niña de rizos oscuros me dio un gran abrazo antes de correr hacia su hermano. Evan la amaría. Él estaba destinado a ser el mejor padre del mundo. Era atento, devoto, cariñoso y tenía un carisma especial para con los niños. Suspiré, sintiendo la culpa apretarme el pecho, como en los últimos diez años desde el mismo momento en que la Torre Norte del World Trade Center se derrumbó, enterrando entre una nube de polvo y hierro retorcido a la mitad de mi alma.
¡Maldito Al Qaeda! ¡Maldito Bush!... ¡Maldita Guerra!... 
 No.
Ellos no habían tenido la culpa, él no se había devuelto al edificio por una orden de alguno de ellos, él se había devuelto por mí. La única culpable de que él no estuviera aquí era yo. ¡Solo yo!

 ***
Torre Norte. 
World Trade Center 11 de Septiembre de 2001
  —Hermosa como siempre, mi princesa —dijo, dándome una rosa. Era martes y esa era la flor del día. Los lunes eran claveles, los miércoles girasoles, los jueves lirios y los viernes gardenias. Así había sido desde que me empezó a cortejar—. Tengo examen en dos horas, el gruñón de mi jefe casi no concede el permiso, pero es la única hora en que el profesor de Macroeconomía puede atenderme. —Oprimió el botón para llamar el elevador—. Así que puedo acompañarte a recoger los exámenes que te practicaste. —Me dijo con su sonrisa ladeada. 
—¿Sabes que queda a dos manzanas de aquí? —Le dije riendo. Teníamos tres años de novios y hacía dos meses habíamos decidido vivir juntos, luego de que Evan se arrodillara frente a la escultura de Romeo y Julieta del Central Park y me propusiera que fuese su esposa, un domingo en la mañana, rodeados de extraños, un cielo azul radiante y el pequeño paraíso que encerraba la selva de cemento. 
—Lo sé, pero quiero que te sientas apoyada. ¿Jull te dio el permiso? 
—Sí, pero debo estar aquí en una hora. —Bueno, tenemos exactamente… —Miró su reloj—. Una hora antes de que tenga que volar hacia el metro. 
—No es necesa... Me cortó, colocándome uno de sus dedos sobre mis labios. 
—Sí lo es. —Me atrajo a sus brazos, posando un dulce beso en mi frente—. ¿Dónde está tu bolso, cariño? 
—No necesito mi bolso, solo mi identificación, y antes que me digas, ya la guardé, la tengo en el bolsillo. 
—¿Necesitas dinero?
 —El seguro cubre todo. 
 —Entonces vámonos antes de que Shields, cara de pie, me vea aquí y me despida. Si vamos a casarnos como Dios manda, tenemos que hacer una celebración como Dios manda y para eso hay que ahorrar.
 —No quiero una boda grande —dije, recostando mi cabeza en su pecho. 
—He estado pensando. —Me separé de su abrazo, esperando lo que debía decirme—. Si me compro una bicicleta, suprimiremos los gastos de transporte, al menos los míos, ese dinero sirve para la boda. 
—Evan… 
—¿Le dirás a tus padres? —Cambió el tema. 
—No. —Entramos al elevador —. Ellos no quieren saber de mí. 
—Pero... 
—Es mi boda, estaré feliz si solo estás tú. —Lo besé, ya que estábamos solos; fue un beso muy casto debido a la cámara de seguridad. 
—Podemos irnos a Las Vegas el fin de semana y que Elvis nos case. 
—Te amo, cariño, pero no me casaré frente a un Elvis 
—¿Un Cupido? —Tonto. —Lo golpeé. 
—Pero me amas. 
—Te amo. 
—Más te vale, me costó mucho conquistarte. —Lo golpeé de nuevo—. ¡Dios!, no nos casamos y ya me maltratas. —Se burló. 
—Eres un... —Me besó. 
—Un hombre guapo, maravilloso, bueno, bondadoso y humilde que te ama. —Alábate pollo que mañana te quemas... 
—¿No es te asan? —Se burló otra vez. 
—¡Eres imposible! —Volvió a besarme, esta vez más fuerte. 
—¡Evan! ¡Las cámaras! 
—Aguafiestas... —Fingió enojo. Las puertas del elevador se abrieron y un par de personas entraron, dejándonos atrás—. ¡Este saco me asfixia! —Soltó la corbata y se quitó el saco negro, agarró mi mano, acariciando los nudillos, mientras empezábamos a descender. Estábamos saliendo de la torre cuando me detuve abruptamente… 
—¡Diablos! —refunfuñé, recordando que había dejado mi celular cargando. Estaba esperando una llamada importante. No había querido decirle a Evan de mi conversación con el sacerdote de la iglesia cercana a nuestra casa. Quería casarme con él, no importaba la fiesta ni lo demás, lo único que quería era ser su esposa. De esa llamada, dependía que él se olvidara de la dichosa bicicleta. 
—¿Qué pasó? —Me preguntó frunciendo el ceño—. ¡Oh por Dios! ¿Qué olvidaste? —Se burló de mi mente de cacahuate. Siempre olvidaba algo en casa, en la oficina... 
—Se me quedó el celular. —Le dije, odiándome a mí misma. Yo y mi cabeza…—. Creo que mejor vas tú al examen y nos vemos a la hora del almuerzo. —Él negó con la cabeza. 
—¿Y es importante? Cariño, de veras quiero saber el resultado de esos exámenes. 
—Van a decir lo mismo de siempre, tengo anemia. Y en cuanto si es importante, lo es, estoy esperando una llamada. 
—¿Tengo que ponerme celoso? 
—¿Tú qué crees? 
—Creo que te amo. 
—Me atrajo a su cuerpo, deslizando sus manos por mi cintura. Coloqué mis brazos en su cuello, inclinándome para darme un beso fugaz—. ¿Dónde está?, yo voy por el aparato. 
—Debajo de la caja registradora, lo había puesto ahí porque estaba cargando la batería. 
—Okay, espérame aquí. Si Jull te ve, a lo mejor se molesta, yo tengo permiso hasta las once. 
—¿Te parece que compre algo de comer en Starbucks? No desayunaste mucho antes de salir de casa. —Me levantaste tarde, amorcito... —dijo burlón, entregándome su saco. 
—Tú no me dejaste dormir. —Lo acusé—. ¿Un bollo de canela y un expreso? —grité mientras él se encaminaba hacia la entrada. Dio un pequeño saltito y se regresó para darme un beso fugaz. 
 —Te amo. 
—También te amo. Ve rápido y vuelve a mí... 
—Siempre, bebé. —Volvió a besarme y luego corrió hacia la torre. Caminé hasta el café y pedí dos bollos de canela, un Frappuccino y un expreso. Estaba esperando mi pedido cuando mi mundo dio un giro de ciento ochenta grados. 
El estruendo resonó por cada lugar de Manhattan, un sonido que destrozó mi corazón. El caos se apoderó del lugar por varios minutos mientras las personas que estaban fuera señalaban las torres. Salí del local, sin importar los gritos y el caos que se vivía en las calles, y entonces lo vi. Quise gritar, correr, pero estaba muda, con los pies pegados a la tierra y la vista fija en la torre, en el humo y el fuego que salía de ella... La torre donde hacía pocos minutos Evan había entrado.

*** 

 —Mami. —Ian llegó a mi lado, sacándome de mis recuerdos. Tenía en sus manos un pequeño ramillete de lirios azules—. ¿Crees que a papá le gustarán? —Mis niños se parecían tanto a él, sus ojos, su color de cabello… eran un recordatorio constante de que una vez yo había encontrado el amor.
—Seguro, bebé. —Deslicé mis dedos entre sus cabellos, peinándolo un poco.
 —¡Vámonos ya, Mai! —gritó antes de empezar a andar hacia los relucientes estanques que contenían los nombres de las víctimas. El cuerpo de Evan no había sido hallado entre los hierros retorcidos y los escombros; así que, cada año, venía aquí, al lugar que se había convertido en un cementerio para muchos, dejaba un ramillete de flores y me reconectaba con el amor de mi vida. Sin importar lo doloroso que fuese. Pensaba que con el pasar de los años el dolor menguaría, la asfixia y la culpabilidad dejarían de latir en mi interior. No pude visitar el camposanto hasta cinco años después de la tragedia. Cinco años, cuando después de terapias, las pesadillas de ese espantoso día habían dejado de mortificarme, cuando me resigné a que él no estaría junto a mí, cuando me enfoqué en lo importante.
Quizá Evan ya no estaba junto a mí, pero estaban Ian y Maia y él vivía en cada sonrisa de mis pequeños. Una ligera brisa acarició mis cabellos. Cuando venía, sentía que cada soplar del viento, era una caricia de su parte para mi alma, una caricia que me pedía que dejara la culpabilidad, pero no podía. Vi a mis niños colocarse frente a la fuente donde hacía diez años atrás estaba ubicada la Torre Norte; ahora, un cajón tallado en mármol era lo que ocupaba el lugar. La tumba de Evan. La tumba de muchos.
Para los niños, esta era su primera vez, y hubiese desgarrado mi cuerpo antes de traerlos aquí, pero los años pasaban y, con ellos, mis niños crecían ansiando saber qué había sucedido con su padre, suplicando que los trajera, así que lo hice. Di un suspiro resignado y caminé hacia ellos, que hacían un buquecito con sus flores. El lugar estaba lleno, como siempre, y me entretuve leyendo los nombres grabados en piedra. Leí con calma cada nombre y mis ojos se anegaron en lágrimas cuando ubiqué al amor de mi vida entre el millar de personas. Respiré, obligándome a no derrumbarme. Tragué el nudo que obstaculizaba mi garganta, porque mis hijos no podían verme destrozada. Fue duro, difícil, me había desmoronado, caído una y otra vez, pero aquí estaba. Mis niños se acercaron a la inscripción, delineando con sus dedos el nombre de su padre.
Tomé aire nuevamente y me acerqué —Evan... Lo siento tanto, amor. —Era lo que decía todos los jodidos años. «¡Lo siento de verdad!» Una lágrima recorrió mi rostro y la limpié con el dorso de mi mano, abrazando a cada uno de mis niños, cerrando los ojos mientras susurraba una plegaria silenciosa: «Perdóname, amor» Había suficiente bullicio, el memorial había sido abierto por la mañana y todo el día había reunido a centenares de personas.
—¿Seguro que quieres ver? Es demasiado que veas eso allí. —La voz de la chica se escuchaba cansada—. Hemos repasado lo que eran las dos torres.
—Solo necesito estar más cerca. —Mi cuerpo entero se envaró al escuchar el melodioso tono de voz. No había escuchado ese timbre particular desde hacía diez años.
 —¡Darcy! ¡Dios, eres terco! Agradezco que aún no te acuerdes de todo, debiste ser terco en tu otra vida. Un sobreviviente… Los pocos afortunados que habían contado con suerte.
 —Solo un momento, Annie. Quizás recuerde algo.
—Mi piel erizó al escuchar la voz mucho más cerca—. Disculpe, señorita, podría... —Tocó mi hombro y una corriente extraña recorrió cada una de mis terminaciones nerviosas. Mi cuerpo recordó esa misma sensación cuando otras manos me tocaban. Me giré lentamente para observar al extraño. Él estaba ahí… Frente a mí… Y si esto era un sueño, no quería despertar jamás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario